TIEMPOS DE ARISTOCRACIA

Amigos, los invito a leer una fábula política.

TIEMPOS DE ARISTOCRACIA

Este día fue diferente en el reino; en la fiesta de investidura del rey, todos lucían sus trajes de gala, había alfombra roja en el piso, cámaras, luces, hasta los cordeles que impedían que la gente pueda llegar hasta los elegidos eran de colores vivos y brillantes.

Los locutores de los noticieros que en las últimas décadas habían sido personajes grises, ácidos, fúnebres, lacónicos, agoreros del desastre, esta mañana estaban radiantes, hasta coqueteaban con las cámaras y lo hacían de forma bobalicona, mostraban sus dentaduras blancas, pero sus gestos aún requerían esfuerzos, porque los años de rictus, de frustración y de amargura habían estropeado la habilidad para sonreír con naturalidad.

Ellos, celebraban con entusiasmo los atuendos de las señoras que acompañaban a los acaudalados, intentaban adivinar el diseñador de modas que engalanaban a las damas que llegaban al gran escenario del poder.

Buscaban agendar para sus notas de noticias al círculo cercano de los poderosos, a sus estilistas, a sus diseñadores de moda, a sus personal trainer, a sus nutricionistas, a sus asesores de imagen, a sus decoradores de interiores, a sus amas de llaves, o cualquiera que pudiese revelar algún secreto de su éxito o de su belleza.

Las revistas de espectáculos, actualidad, moda, farándula, las revistas de corazón, se disputaban las portadas con las imágenes de estos personajes, para que a sus próximos números les garanticen sus ventas y publicidad mientras existan los aristócratas y el jet set.

Y no era para menos, había retornado el reino de la aristocracia y la oligarquía, ese sistema de gobierno que había estado en sus manos desde siempre, hasta que de improviso llegó un ejército de malvados socialistas poderosos, que predicaban el pobrismo para los de abajo, los volvía fanáticos, obedientes e irreflexivos y los colocaba en estado de postración e inutilidad para que los mirasen como dioses todopoderosos, sin los cuales no podían vivir, peor aún pensar o decidir.

Hasta que ellos, la aristocracia había retornado para liberar al pueblo y devolverlos otra vez al mundo de la admiración y del glamour de la aristocracia.

Es que para gobernar se requería de abolengo, la ascendencia ilustre que llevaba la sabiduría para gobernar en su sangre, cargada de alcurnia que se la daba sus antecesores ilustres y lo hacían con elegancia, garbo, que solo podían provenir de su estirpe propia de su ascendencia ilustre, de su casta, de su cepa

Era el momento de la nobleza, esa clase social formada por las personas que poseían títulos nobiliarios propios o heredados de sus antepasados o de sus compromisos estratégicos que garantizaban el caudal de sus recursos o de sus relaciones.

Era el nuevo momento de la aristocracia que traía consigo toda una prosapia, esa ascendencia o linaje que solo los tienen las personas ilustres.

Claro que había que lidiar con el pueblo, esa gente común, esa chusma que debían tolerar, porque la modernidad les había dado la “democracia” y con ella el poder del voto. Ese era el precio que la aristocracia debía pagar, lanzarle cualquier promesa, unas sonrisas, cualquier abrazo y unos cuantos besos a los desposeídos para que ellos, la aristocracia pudiese volver a reinar.

 

Jorge Mora Varela