EL DOLOR DE LA PACHAMAMA

 El dolor de la Pachamama.

 

Por: Srta. Cassiel Moreno, estudiante de 8vo. Año de la U.E.F. La Salle Tulcán.

 

En este relato la Pachamama se hace presente con su agonía constante por nuestra irresponsabilidad, ella nos narra su dolor causado por la gran cantidad de deforestaciones, la contaminación de los ríos, la caza de animales en peligro de extinción, etc.

La Madre Tierra nos regala su bendición, sus bosques, sus montañas y las bellas criaturas que en ella habitan, más por la avaricia y los malos sentimientos del hombre ahora sufre; sufre cada que se tala indiscriminadamente un bosque, cuando queman sus paisajes y cuando matan a sus hijos por diversión, no puede hablar con nosotros ya que no la entendemos, más manda señales del mal que le hacemos.

Su eterna agonía expresa con sus lágrimas, que producen deslaves de tierra, grita en forma de calor abrazante, mas no puede hacer nada porque no habla, ella agoniza en silencio, llorando en su dolor intenso.

Más una pequeña niña de tan solo 12 años, la escucha, cada sollozo, cada grito, ella la escucha claramente en su cabeza y solo piensa, quisiese ayudarla…

Esta niña, es pelirroja de pecas y de una personalidad alegre y muy social.

ESCAPARATE

ESCAPARATE

La tarde es fría y la llovizna no ha dejado de caer desde las once de la mañana, Juana se sienta en su viejo sillón café de madera, el tapiz de flores desgastado y raído ha perdido el acolchado. Ahí posa sus ciento sesenta libras, se acomoda junto al escaparate caoba, en donde guarda los recuerdos importantes, de los eventos sociales a los que ha asistido. Un mueble largo, alto y redondo con puertas de cristal, es el guardián de miles de figuras de toda índole, sus tres pisos contienen los detalles de tantas conmemoraciones: bautizos, primeras comuniones, aniversarios, misas de difuntos, bodas de plata, de oro

En la parte superior formados en circulo cual ronda infantil, están los libros de oraciones, proverbios chinos, cofres con rosarios, llaveros en forma de cuadernos con fotos de los homenajeados, crucifijos, estampas de vírgenes, santos y figuras de divinos niños.

Abajo reposan zapatos diminutos de cerámica vidriada, flores de tela, floreros de loza, cofres de madera, pequeñas cajas musicales, broches de metal oxidado, chambras diminutas tejidas en perlé, juegos de té bordados con hilo dorado, cuchillería diminuta de plata.

En la parte inferior descansan los detalles más grandes, ramos de novia, azahares, zapatillas de quinceañera, canastas de sortijas, peinetas adornadas, copas de bacará decoradas con encaje, ajiceras, bomboneras, todo cubierto por una capa espesa e imperceptible de polvo que con el paso de las décadas se ha adherido a los objetos hasta ser parte de ellos.

LA NOCHE

La noche

Se acercan las horas oscuras en las que intento conciliar el sueño, pero al cerrar los ojos vuelvo a sentir el dolor intenso, asfixiante, el ardor insoportable de aquella escena de diciembre pasado, cuando una fritura hizo estallar el aceite de la olla en mi cara. Me despierto sobresaltada en medio del recuerdo, con el corazón palpitando a mil, las manos sudadas, el dolor de mi rostro y manos me recuerdan que no fue una pesadilla, que fue real.

Una sombra gigante gris y ruidosa me cubre por completo, solo a mí, nadie más en casa siente lo que vivo. Los analgésicos hacen su parte, adormecen el dolor, pero el recuerdo lo aviva. Intento acomodarme en la cama, no hay muchas opciones, debo dormir boca arriba para no rozarme con la frazada, al mínimo contacto siento que el dolor vuelve, en realidad es el recuerdo de aquel infierno que hizo sentir que mi rostro se caía en pedazos, que estaba al rojo vivo, con la sangre brotando, la carne al aire y que mi piel se derretía como mantequilla. Todas esas sensaciones se reviven al mínimo intento de dormir, apenas bajo los párpados que están casi cerrados por la inflamación, vuelvo a aquel lugar que no quiero ni nombrar; recuerdo mi risa antes del accidente y escucho el estallido que me dio contra el muro de la desfiguración, que me enfrentó a la posibilidad de perder mis facciones, de dejar de ser visiblemente yo.

¡DEL CARCHI MI SEÑOR..!

¡Del Carchi mi señor..!

Por #ElAmigoFroy

 

¿Me preguntas que de dónde soy?

Acaso no has escuchado mi habladito,
mis dichos y entredichos.
Ese humor pintoresco
junto a la berraquera “carapazeana”
y mi gusto por la papa.

 

Tomo cafecito pasado,
si es con piquete, mejor
Me gusta la misquie,
las papitas con concho,
también el hornado pastuso,
cumbalazo y los jugos del Central.

Solía jugar en Los Martínez,
cruzaba Los Tres Chorros
y me perdía en Las Canoas.
Me escondía del duende,
me asustaba la llorona
y jamás cruzaba bajo la escalera.

La casa que olía a higos

La Casa que olía a higos

La casa de mis viejos, a la que llegué temeroso porque la noche la envolvía entre sombras e imaginarios que solo estaban en mi cabeza. A la que, en principio, no podía entrar por miedo al viejo Tony, un perro baboso que solo se amansaba ante la mano de mi padre. La casa que olía a papa, calabazo, habas, maíz y a tierra húmeda labrada por ese campesino que se adelantaba al sol para compartir con la vecindad.

La vieja casona estaba rodeada solo de terrenos, silencio y paz. Se podía entrar por cualquier lado, solo era cuestión de cruzar los alambrados y dar un par de saltos. Incluso, solía dar un grito para que salgan a mi encuentro y recibir la bendición de mi madre.

Era de despertares helados y de agua que mordía del frío; de exclusiva vista al Chiles y Cumbal… de la que era imposible salir con los zapatos limpios o de la que solía quedarme aguaitando, junto al callejón que daba a la Bolívar, hasta verlo salir al amigo Summy con destino a la unidad 189… cuando ese taxi ya no estaba, era casi un hecho que llegaba tarde a La Salle.