Una historia del realismo mágico ecuatoriano
EL CÁLIZ MÁS BELLO DEL MUNDO
Durante toda mi vida profesional, me ha gustado llevar a mis estudiantes a mirar el mundo real, la fabricas, los puertos, los pueblos, las montañas, esa era una forma de embellecer la docencia cuando rompíamos las paredes del aula y dejábamos que nuestros ojos y nuestras alas descubran otras maneras de mirar la vida.
Esta vez como tantas el destino era Salinas de Bolívar, la Salinas de Tomabelas, una curiosa parroquia rural, al nororiente de la ciudad de Guaranda, en la provincia de Bolívar, a la que se llega por el páramo que bordea el Chimborazo, al que yo nunca había tenido la oportunidad de mirarlo tan cerca, por la espesa neblina que parecía protegerlo de las miradas de quienes íbamos por esos caminos de vez en cuando.

Esta vez el coloso andino dejaba al desnudo algún flanco y era sobrecogedor el paisaje, luego el camino se enrumbaba hacia la costa hasta las goteras de la capital de la provincia de Bolívar y luego el camino giraba hasta meterse en un callejón agreste, como un serpentín que se perdía entre las nubes, hasta una altitud de 3.550 metros de altura sobre el nivel del mar.