EL LUJO DE TENER SECRETOS
Qué grato resulta haber podido cometer algunos pecados cuando no había dispositivos móviles, ni internet, ni redes sociales que los hagan visibles.
¿Imagínate cual sería nuestra reputación si algunas de nuestras correrías de juventud se hubiesen conocido y difundido por las redes sociales, como se hace hoy?
De nosotros los viejos solo se podrían sospechar de amores furtivos, de brindis interminables, de noches vehementes, de amistades disonantes.
Por el contrario, en la contemporaneidad, todo puede y es público, nada parece escapar a los lentes de cualquier celular o de las cámaras de las vías, los edificios, de las casas, de las calles, de cualquier parte, por lo tanto, sería poco probable que se pudiesen mantener en secreto los amores furtivos, los brindis interminables, las noches vehementes o las amistades disonantes.
Ahora es posible saber tanto de un incidente, porque se pueden tener tantas y tantas versiones, que ayudan a identificar a las víctimas y a los victimarios, en los accidentes se pueden determinar causas, librar de culpas o de sentenciar de forma pública a los culpables, en los deslices se pueden dar pelos y señales, entradas y salidas, visitas seudo clandestinas, todo en tiempo presente.
Ahora ya no se necesitan testigos que testifiquen a favor o en contra, testimonios bajo juramento, ahora parecen bastar y sobrar las imágenes o los videos.
En lo particular no acaba de gustarme el ser observado todo el tiempo, ni poder marcar los límites entre lo privado y lo público, sin que me pidan mi autorización y sin saber de dónde viene el ojo que todo lo ve y que todo lo sabe.
No sé cuál debería ser la línea roja que demarque cuando un acto lícito para al campo de lo lícito o atenta contra lo ético y lo moral, hasta dónde deben estar los ojos que captan imágenes y movimientos de cualquier persona y en cualquier lugar.
Yo vengo del tiempo donde era posible haber podido cometer algunos pecados, deslices o actos que ahora pudiesen entrar en la viralidad y que esas fechorías leves o graves puedan y deban pertenecer al dominio de lo personal y privado.
Entonces yo pertenezco a ese selecto grupo de personas (y cada vez menos) que pueden darse el lujo de poseer una información personal, secreta, desconocida, privada, que no tendrá fecha para la desclasificación de los hechos que podrían acalorar el ánimo de alguien y eso me hace feliz, muy feliz.
Jorge Mora Varela