EL GUSTO POR LOS SERVICIOS HIGIÉNICOS SUCIOS Y MAL OLIENTES

Me siento ridículo al hacer estos razonamientos.

EL GUSTO POR LOS SERVICIOS HIGIÉNICOS SUCIOS Y MAL OLIENTES

Desde que tengo memoria, en el Ecuador, los servicios higiénicos públicos han dejado mucho que desear, han sido sinónimo de desaseo, olor pestilente y suciedad.

Hasta que, en algún momento durante el gobierno ecuatoriano presidido por Rafael Correa, por efecto de algunas políticas de sanidad pública y la presión pertinente, se logró que los servicios higiénicos estuviesen limpios y a la disposición de las personas pasajeras, en locales de expendio de alimentos, estaciones de servicio de combustibles y dónde fuese necesario.

Yo había pensado, que esta disposición de convivencia saludable mínima se había convertido en parte de la “ecuatorianidad”, sin embargo, en los últimos tiempos hemos visto con pena y desagrado que han vuelto los servicios higiénicos sucios, mal olientes o cerrados y fuera de servicio.

Y no se ha quien endilgarle la responsabilidad: a la ciudadanía, a los responsables de los negocios dónde están estos servicios higiénicos, a las autoridades municipales o a las autoridades nacionales.

Me siento ridículo al hacer estos razonamientos, pero en la primera década del siglo XXI tuvo que llegar un gobierno revolucionario para mejorar estas normas básicas y mínimas de convivencia ciudadana:

“Tener los servicios higiénicos limpios y disponibles”

Sin embargo, luego de algunos años de convivir en democracia, otra vez los servicios higiénicos públicos NO funcionan, o están en mal estado o rebosan de papeles con rastros de excrementos o están cerrados.

Me parece inaudito que un país necesite de un gobierno autoritario para tener los servicios higiénicos limpios. Si es así, si se necesita de un presidente con carácter para lograr condiciones mínimas de aseo en los servicios higiénicos, que así sea...

Ridículo pero cierto, en este país NO existen condiciones higiénicas básicas y al parecer es porque no hay autoridad que las imponga, ni un pueblo a quien le importe.

 

Jorge Mora Varela