EL REY PELÉ Y SU CORTE DE HONOR EN MÉXICO 70
Una historia narrada desde el realismo mágico carchense
No sabría definir con exactitud cuando pateé una pelota por primera vez, pero si sé que mis ídolos del fútbol quedaron en mi memoria profunda, los que vi por primera vez en el estadio Quillasinga de la Ciudad de Tulcán, el Lucho Quezada, el Perico Polo, el Guaycoso Mora, el arquero Cano, el Maestro Vitola y tantos otros, a más de los que imaginaba de la mano de don Rosendo Benalcázar y la Radio Nacional Espejo o de Pancho Moreno de la Radio Quito, que maravillaban con su arte en el Estadio Olímpico de Quito: los Tom Rodríguez, los Polo Carrera, los Jorge Bolaños, los Simón Bolívar Rangel, el Gato Maldonado, el motorcito Cheme y tantos que llenaban mi mente y mi imaginación.
Sin embargo, para mí los dioses del Olimpo futbolístico se llamaban: Pelé, Eusebio, Spencer y sobre todo un país que era el sinónimo del fútbol: Brasil, así lo decían el Comercio, el Tiempo, la revista Estadio, que podíamos leer mientras esperábamos el turno para peluquearnos en la peluquería del parque principal de la ciudad, cualquier mañana de domingo.