“ANÉCDOTAS Y MEMORIAS EN LA FRONTERA NORTE CONTADAS POR LOS ABUELOS”

“ANÉCDOTAS Y MEMORIAS EN LA FRONTERA NORTE CONTADAS POR LOS ABUELOS”

(COMUNIDAD EL MIRADOR DE LOS PASTOS).

Al recibirnos don Emeterio y su esposa doña Laurentina en su casa campestre en El Morro cerca del puente de Rumichaca, un ambiente de paz se juntó en el lugar que charlábamos, de alguna forma, recuperamos el aliento, no todo estaba perdido, la epidemia no nos arrebataba nuestros sueños y si es que había un apocalipsis en los noticieros a este lugar no había llegado.

Un gato ronroneaba en la falda de la abuela y los hijos y nietos de la pareja venerable tenían la seguridad que todo marchaba bien al vernos tan cubiertos de mascarillas y rociados de alcohol. Sobre todo, la sonrisa de don Emeterio y la memoria prodigiosa de doña Laurentina hicieron que las horas pasaran volando.

Don Félix Emeterio Ayala, empieza:

Toda la vida he vivido aquí, tengo 87 años, nací en 1933, mi papá se llamaba Emiliano Ayala y mi mamá Carmen Chugá, mi papá era colombiano y mi mamá ecuatoriana, su encuentro terminó en matrimonio de ahí venimos algunos hijos. Me casé a los 35 años con mi esposa Laurentina que tenía 28, tuvimos nueve hijos 7 varones y 2 mujeres.

Doña Laurentina Leonor Taquez López, le continúa:

Yo soy legítima de aquí de Rumichaca, nacida y envejecida, mi mamá se llamaba Carmen Amelia Rosales y mi papá José Rubén Taquez, él era colombiano de San Juan a la salida de Ipiales. En este puesto no vivíamos aún, hace 50 años vivíamos arriba en la antigua carretera a Rumichaca en la loma que divisa al puente, allá nací, luego me casé con Emeterio, en ese tiempo nos votaron la casita para pasar la nueva Panamericana. Nos dañaron también el terreno quedando como es ahora, una peña, pero aquí en el Morro yo tenía este pedacito de terreno entonces nos pasamos a vivir aquí hasta la actualidad.

Yo trabajaba vendiendo frutas en Rumichaca en la Aduana vieja, choclo cocinado con queso, fritada, matando a mis puerquitos también, así para sacar adelante a todos mis 9 hijos, tenía que educar, usted sabe que en la juventud el hombre siempre se despreocupa, son jóvenes que andado con el trago y todo eso, entonces yo tuve que sacrificarme duro.

Don Emeterio habla sobre su trabajo:

Me dediqué a la ganadería y la agricultura cuando era joven ahora ya casi no podemos, sembrábamos trigo, cebada, maíz, papas, lo que se da a bien sembrar aquí, alguna cosita vendíamos el resto era para la casa, para mantenernos. Ahora a mi edad aun ando a caballo trabajado en lo que se puede.

Las imágenes de los tiempos idos venían sobre nosotros, se abrigaba el día y las historias nos pintaban aquella época:

“El molino de Agua”

En aquel tiempo había aquí un molino que se movía solo con agua venía de una acequia y una bajadita de agua que movía la piedra de moler, el agua era de esta misma quebrada el Tajamar. El molino era del señor Efraín Murillo allí se molía trigo, cebada, maíz, haba, todas esas cosas, venía mucha gente a moler aquí incluso en caballos la gente colombiana venía a moler. Junto al molino había una casa, sin embargo, cuando vino la panamericana todo se acabó, la gente ya no venía sino que molían en otros lados. Del puente del Tajamar a ese ladito de allá hay como un llanito ahí era la casa. Cuando ya no vino nadie el dueño dejó que la casa se destruyera de vieja, abandonó el molino y se acabó todo. El señor vivía por cerca de Urbina, ya murió.

Este puente sobre la quebrada el Tajamar es recién hecho, antes teníamos un puentecito por el que apenas se podía pasar, por eso pedimos a la Junta Parroquial de Urbina que nos ayuden haciendo este puente de madera y tierra.

“Mi mamá abuela decía que eso pasa cuando va a morir alguien”.

Doña Laurentina relata: Anteriormente decían los mayores que había cosas que yo no logré ver, únicamente miré lo que les voy a contar:

Cuando estaba en la escuela mi abuelita falleció y entonces nos mandaron a mi hermano menor y a mí que éramos escueleros a traer unos candileros a la iglesia de Urbina, de regreso bajábamos al Tajamar y al frente bajando también “víamos” a unos dos de negro que bajaban por el camino de matas, todo era sólido, entonces me dice mi hermano, “ala y hora esos que vienen allí nos van a encontrar en la quebrada, no sea cosa que nos vayan a botar al agua”, no ve que el puente era solamente de palos y el agua “abajote”, pasaba la quebrada casi de filo a filo, “ahora que hacimos, ahora que hacimos” yo decía, “pero estos no son de ésta” decía mi hermanito, “no son de ésta vida”, “ve parece que no vienen caminando” y legalmente era así, como habían sido de la otra vida entonces nosotros no les “víamos” los pies, entonces repetíamos “Santo Dios santo fuerte líbranos de esta tentación”, pensábamos ¿a lo mejor qué nos irán a hacer? porque ya llegábamos a lo sólido del puente, yo le decía rezá, rezá, recemos aunque sea el padre nuestro, cuando ya estábamos cerca de pasar el puente los vimos nomás eran dos grandes. Los vimos esos dos como que se apegaron, pero no tenían pies, nosotros ya pasamos el camino cuando juiii nos hizo una cosa negra como que nos atontó, entonces “Santo Dios santo fuerte santo inmortal” dijimos, fuuisssshhh como un ventarrón pasó nomás, jejeeeeee dijo eso.

Este camino que pasa sobre el rio Tajamar no era como es ahora, era monte de matas de chilca y el puente era bien “altote”, había unos seis palos puestos como puente, largos de lado a lado, en aquella ocasión, nosotros veníamos de Urbina y teníamos que pasar porque nuestra casa era del otro lado del Tajamar. Eran como las 10 de la noche, no llevábamos luz y ni luz había en ese tiempo, ni linterna nada de nada, éramos muchachos no podíamos comprar. Mi hermano era menor se llamaba Luis Antonio Rosales, ya es muerto, yo he de ver tenido unos doce o trece años entonces había sido para morirse mi mamita abuela, decían que era el ánima de ella que andaba recogiendo los pasos. Mi abuelita se llamaba Felisa Bastidas Rosales.

Nosotros nos pusimos malísimos nos enfermamos y luego una señora mayorcita le llamaban “La Purifica”, en ese tiempo era una cosa muy bonita, nos preguntaba ¿por dónde bajaron?, por aquí, entonces llevaba un poco de ramas y decía “a tu casa, a tu casa, a tu casa, no te quedarás, allá en dónde nos hemos sentado en el camino, ¡tas! nos hacía con las ramas”.

La quebrada del Tajamar como dije era como monte había matas de un lado y matas del otro, o sea que el agua pasaba por debajo, el agua era limpiecita porque nosotros tomábamos harto tiempo de esa agua, ahí se lavaba la ropa, no había peces, solo sapos.

La casa en que nací arriba de la aduana era de tapia y una parte de adobe, de guambras nosotros al ver que mi mamá se quedó sola hacíamos adobes para seguir acomodándola, su techo era de paja, pero después cuando ya trabajamos la hicimos de teja. Tuve cinco hermanos.

“Una gallina me hizo flecos la ropa y me persiguió con los pollos”

Gritaba el señor Virgilio Ayala, había estado pasando a las 11 de la noche cuando llega sin zapatos a la casa donde vivíamos cuando niña, golpea la puerta y ahora pues como de noche nunca se abría la puerta, ¿quién es, quién es?, yo Virgilio Ayala decía y repetía el nombre como chumado, entonces mi mamita desde adentro le preguntaba ¿qué quiere? para poderle abrir la puerta, él decía sabe señora soy Virgilio Ayala estaba pasando ahí en el puente y una gallina me hizo flecos la ropa y la gallina me siguió con los pollos y más acá arriba roncan unos dos y están tendidos y no se puede pasar, me quitaron los zapatos. Cuando abrimos la puerta, con mi hermano cogidos un palo, porque dudábamos ¿será mentira y vaya a venir a matarnos?

Le tendimos unos costales para que se duerma, al otro día de mañana la cara la tenía torcida con todo el labio “voltiado”, nosotros le decíamos qué le pasó en la cara, pero él gangosiaba y no se le entendía, no tenía zapatos ni chompa solo estaba en camisa y el pantalón derrandado. Le dimos agua y le preguntábamos ¿qué le pasó?, entonces nos contó:

“Me seguía una vieja grandota con unos pechos asisotes, cogió esa vieja y se hizo así”, decía que los pechos se los ha puesto acá en la espalda. Como a las 10 de la mañana dijo ya me voy, pero le daba miedo pasar por el puente del Tajamar, bueno entonces mi hermano que era valiente, dijo vamos. Tenía una escopeta, cuando desde acá arriba dos tiros hicieron, luego le dijo no hay nadie váyanse nomas. El pobre señor le dio como una cosa de “malhora” no podía caminar estaba como tullido. Él no tenía familia, sino que era hijo criado en la casa en donde vivía. Yo le dije a mi hermano “andáte a donde don Enrique y gritále pues que el pion está aquí quedado y que eso ha pasado”, así fue. Cuando ya vino ese señor le dijo ¿qué te paso porque te quedaste hasta de noche borracho infeliz? y le pegó dos chirlazos, entonces le decíamos no le pegue porque así vino de noche parece que es la “malhora” que le ha dado, “un poco de pollos y una gallina grandota que disque corría a picarlo todito”.

El señor venía de Tulcán a pie por el camino viejo y pasó el puente del Tajamar porque vivía arriba cerca de Urbina, recuerdo que en ese tiempo me salió la tentación a yo y mi hermano, entonces lo consideramos al señor y le abrimos la puerta.

“En Rumichaca vivía hartísima gente”

En Rumichaca había una fábrica del otro lado llena de cuantísimo peón, por eso yo sabía negociar quesillo hecho en Chapués y Taya para vender aquí, en cambio, en ese tiempo el pueblo de Urbina era únicamente la iglesia y dos casitas, aunque contaban los mayores que anteriormente hubo un mercado de animales, de frutas y todo eso, pero con el tiempo se acabó y ya nadie iba a comprar o a vender.

Hoy ya no existe la fábrica solo queda la casa del lado de Colombia, era una fábrica creo que de gas, porque decían que sacaban “los tanques de gas”. Había por lo poco unos 60 o 70 peones entonces yo y mi hermano menor hacíamos fritada, hacíamos tortillas, hacíamos café, de todo íbamos a vender allá, éramos muchachitos. Mi mamita estaba postrada y enferma entonces nosotros trabajábamos ahí, revendiendo cualquier cosa. Los viernes eran los pagos entonces como ya les dejábamos fiado nos pagaban y vuelta les volvíamos a dejar fiado y así pasamos la vida para mantener a mis hermanos, sacarlos adelante a todos porque yo era la mayor.

Mi mamita fue madre soltera y para males le dio una enfermedad que la dejó postrada bastante tiempo. De ver que yo ya trabajaba con mi otro hermano nos decía váyanse ustedes nomás, entonces, nosotros íbamos a comprar a Tulcán dos arrobas de trigo, una cargaba yo y otra mi hermano, pasábamos por aquí por Rumichaca a las 12 de la noche cargados y despacito por debajo de la cadena. Llegábamos allá al otro lado a Ipiales donde un señor Pablo Tenganán, le dejábamos encargando ahí, rogando y sin dormir, luego regresábamos a hacer otro viajecito hasta que se aclaraba. No había carros y tampoco alcanzaba para pagar el pasaje.

 

“En ese tiempo eran bien estrictos los guardias”

No nos dejaban pasar aunque estuviéramos sin nada, por eso nosotros esperábamos que pase un carro para allá y otro para acá, como era ancho le decía a mi hermano “pásate vos primero” tiritando, tiritando pasaba luego pasaba yo, entonces me apegaba donde un señor que era Cabo de una familia Chamorro, le decía “cabito por Dios, por la Virgen háganos pasar un poquitico de trigo nomás, mi mamita está enferma”, le lloraba yo, ¿y cuántos son ustedes?, preguntaba, yo y mi hermanito el que está aquí ¿y qué llevan y a cómo lo compran?, ya le avisábamos a cómo comprábamos acá y a cómo lo vendíamos allá porque el señor todo quería saber. Por Dios si “busté” va a estar de guardia mañana, por la Virgen háganos pasar, le lloraba. Yo y mi hermano sufrimos amargamente. Ese cabo decía “sabe, haga una cosa a las 8 de la noche vénganse usted pasa despacito mientras éstos están comiendo” decía, no ve que ahí mismo era el casino, “mientras están comiendo se pasan despacito como que se va para allá a esa fábrica de gas, luego dan la vuelta por allá”. Dios le pague, ya nos conocía ya nos hacía ese favor.

Comprábamos las habas crudas para tostarlas y le íbamos a dejar calladito en una fundita en agradecimiento, entonces decía “a qué hora van a venir, vendrán a las 9 de la noche para que pasen”. Así fue mi vida y así pasé, así me crié. Yo he haber tenido 15 años máximo, hoy tengo 85 años, en 1950 más o menos era.

“Una escuela hubo en la zona, le decían la Escuela de los Baños”

Allá fui, pero muy poco tiempo hasta segundo o tercero, era un edificio grande en que funcionaba un Centro de Salud también, ahí nos examinaban, ahora no queda nada porque era de tapia y se destruyó, estaba ubicada cerca de “La Olla” del complejo turístico Rumichaca más arriba.

La Dra. Anita Bolaños, recuerda: En ese tiempo no había ninguna de las dos carreteras solo había fincas, la antigua carretera iba por la loma, después al abrir las carreteras actuales hicieron estos tremendos taludes y destrozaron las fincas. A nosotros no nos pagaron por el terreno yo quedé sin nada- acota doña Laurentina.

La carretera antigua era muy bonita yo tendría unos 7 años, bajaban unos buses redondos por ahí hasta la aduana vieja sobre el puente natural, cuando botaban dinamita para construir la nueva carretera era en el año 1965 más o menos.

En Rumichaca las casas eran de paja, había una de don Gonzalo “Calabazo” (que le decían), otra de la señora Miche, de doña Rosa, los Almeida, los Báez con Claudiano Báez, la señora Lolita Almeida que era la hija de doña Miche Almeida y de ahí seguía “La Tejería” de la familia Ayala, del papá José que para usted es tío (de don Emeterio Ayala), ahí había una familia y más abajo doña Virginia Goyes, “Los gritones” (que les decían), su marido era don Heriberto Cuastumal.

“Antes la gente visitaba los baños”

En ese tiempo frecuentábamos “La Olla” porque ahí el agua era mejor que abajo del “puente viejo”. Se trataba de un huequito en donde brotaba el agua junto al río Carchi, cuando se estaba enfermo de dolor de piernas, en tres veces que se bañaba ya se alentaba. Solo era la vertiente y alrededor del hueco le habían hecho de cemento. Nadie cobraba, arriba en la carretera había una puerta de tapia o adobe.

Mucha gente venía de un lado o de otro, que a veces querían hacerse dueños y cobrar, decían que los Pallares eran dueños de esos terrenos porque para construir el balneario Complejo Turístico Rumichaca les compraron a ellos. El Complejo Turístico Rumichaca fue construido por la prefectura en el año 70, era hermoso y hubo trabajo para bastante gente ahí estuvo trabajando su hermana la Teresita (a don Emeterio) bastante tiempo, algunas personas de este lugar trabajaron ahí. ¿Cuantos años funcionaría ese balneario? ¿Unos 20 años funcionaría?

Don Emeterio recuerda: “La Olla” no era de nadie, íbamos con las mujeres a lavar la ropa nos bañábamos y nadie decía nada, para amanecer el domingo la gente madrugaba al baño a las 5 de la mañana. En el rio había más agua, pero venía cargando la basura de la Peña Blanca desde que el municipio de Tulcán empezó a botar basura allí, quedaba en las piedras ropa vieja como medias nylon, llantas y de todo eso venía, pero en esa agua lavábamos la ropa, con la basura que también era contaminante.

Los baños bajo el “puente viejo” son del municipio, la familia Jácome arrendaba, pero luego lo entregaron porque se cansaron. Al señor que ahora vive allí, la Lolita lo dejó para que viva con su familia, pero decían que cobraban, aunque eso sigue siendo del municipio. El municipio hizo acomodar las gradas para bajar, ahora viene poca gente, antes si venía harta gente.

“Sobre la piedra que hay allí salía el diablo decían”

Doña Laurentina como mirando lo que recuerda dice así: Me acuerdo que cuando andábamos con mi hermano así cargados de noche con el contrabando, decían “ala no alzarís a ver para allá tapáte con esa chalina” porque ahí “desque baja el diablo” me decía él. Algunos muchachos amigos decían que si “vían” el diablo.

Esa piedra es tremenda como estar colgada en la mitad del río, vea nosotros guambras pasábamos por encima, donde está la piedra hay unas chambitas, pero poquitico, cosa que el pie tiene que ir despacito uno por uno, uno delante otro atrás, pasábamos por ahí con maletas nosotros pobres. La gente “la acababan de habar” a mi mamita, le decían ¿pero cómo vas a mandar a ¿estas pobres guaguas? en una de estas se caen y ahí van a morir. Entonces vino mi papacito, como éramos hijos de padres solteros, podríamos decir, le dijo “ve Amelia ¿por qué la mandas a mi hija por allí? no te hace cargo de conciencia que esos pobres guambras andan trabajando, le dijo, ve te lo juro yo voy a poner testigos, algo pasa con mija vos eres la causante”.

De allí ya no fuimos más y cierto que algunas personas cayeron al río Carchi. De acá se bajaba por unas gradas hasta la piedra, y del lado de Colombia había una escalera de madera y por ahí se subía cargado. En ese tiempo valían las cosas, se pasaban las cosas y se ganaba. Éste se llamaba el puente del diablo.

“El comercio en ese tiempo era de ambos lados, de allá para acá de aquí para allá”

Se ganaba cualquier cosa, de allá traía la gente cigarrillos, telas, peroles, caramelos, el naval, el super naval todo eso era colombiano, sombreros también, ropa, y de aquí para allá trigo, harina, arroz de castilla, azúcar.

En ese tiempo era bonito, era concurrido, venía la gente de Tulcán uno por el contrabando que estaba permanentemente, otro porque estaban tres instituciones, había la escuela, el centro de salud, la aduana del lado ecuatoriano; del colombiano la fábrica, “han de haber sabido hacer ropa y tela, porque me acuerdo que nos regalaban a yo y a mi hermano unos pedacitos, cortesitos, de tela, decían: tomen para que se hagan cualquier ropita cualquier cosita”. Salían carradas de ropa de todo.

Más arribita en el lado ecuatoriano estaba La Tejería de don José Ayala y ellos vendían harto a Tulcán, daban trabajo a bastantes personas como a 15 peones, venían de Urbina, de Tulcán de acá de Colombia y se concentraban, unos trabajaban en la agricultura y otros en la tejería.

El edificio de la aduana es antiguo no sabemos cuándo lo hicieron, en cambio, en el puente nuevo ahí trabajó el Luchito Guerrero, que es el que sabe al dedillo, vive allá arriba, tiene unos 72 años.

Por el negocio teníamos amigos en Colombia donde íbamos a entregar y familiares también.

“Mi ilusión era ver cómo venían a poner música”.

La Dra. Ana Bolaños contenta recuerda su niñez: En ese tiempo llevaban una radiola con discos que sabían tocar, eran discos de carbón, a la capilla de Fátima iban en caballo para animar las fiestas. Recuerdo las canciones “quiero acostarme contigo en la hierbita” “la negra Celina”, “me voy con el burrito saco mi machete y le pongo en su vainita”. En la tejería siempre hacían fiestas grandes, mi ilusión era ver y oír la música.

Amanecían bailando con un parlante grande que funcionaba con pilas, ponían en una caja los discos y al acabarse la fiesta subían los parlantes al caballo y se regresaban en la última borrachera. Los discos eran unos grandotes de 45, 78 y 24 revoluciones. Ellos tenían bastantes discos en un cajón que era pesadísimo.

“En ese tiempo los serenos era lo mejor que había”

Doña Laurentina se entusiasma por el tema: Emeterio acompañaba nomás, pero para dar serenos él cantaba, “duélete de mis dolencias”, para llevarse a la pobre tonta, (rísas de todos) a mí me daba serenos, es que en ese tiempo eran los serenos lo mejor que había, los enamorados se daban modos y andaban en la noche en el campo.

Don Emetelio que estaba escuchando, sonreído dice: ¡A dónde nomás se va a meter uno de joven!

Yo era muy trabajador en la agricultura sabía ir a acompañar con la máquina de cortar trigo porque en toda esta zona sembraban trigo y cebada, también tuve una máquina de trillar. Se necesitaba harta gente para operar la máquina y era muy pesada para cargarla y llevarla al terreno, hasta donde entraban los caballos se la movía y de ahí “a echar el hombro”, era tremendo, muy pesada, aunque que se la dividía en tres partes, la grande, la más pequeña y el motor. Esa máquina la vendimos porque poco a poco dejaron de sembrar el trigo. Se acabó porque todo esto era de sembrar y había muchos trigales, pero cuando vino la panamericana dañó todos los terrenos y ya no se pudo sembrar más, los terrenos se volvieron en puras peñas.

Aquí abajito había un pocito de agua termal al que venía la gente de Ipiales y decía que ahí se curaba aquí en el Tajamar, de ahí vino la panamericana y lo tapó, era agua caliente y limpiecita, cuanta gente venía porque “desque” era de curar y se perdió, lo derrumbaron.

Cuando era niño pues, cuando iba a la escuela, esto de aquí abajo donde es el puente del Tajamar era jodido pasar entre eso de las 6 de la tarde ahí salían cosas, la viuda, una gallina con pollos, el duende, a esa hora ya no se podía pasar era invadido de toda tentación.

Fin


Realizado por: Ramiro Cabrera Revelo,

Fotografías: Ana Bolaños y Ramiro Cabrera R.

 

NOTAS:

La Casa de las Aduanas fue terminada en el año 1936, habiendo demorado tres años en su construcción con materiales de ladrillo, piedra y hormigón. “Su estilo es ecléctico con influencia del neoclásico aplicado a la arquitectura tradicional ecuatoriana propia de comienzos del siglo XX”. Esta construido sobre el paso ancestral conocido como Rumichaca que significa “Puente de Piedra” en Quichua. La formación del puente es el resultado de la horadación de la peña por las aguas torrenciales del río Carchi. Sobre el puente natural se levantan las casas de aduanas de Ecuador y Colombia construidas hacia 1936 y 1932 respectivamente.

El Puente Internacional de Rumichaca se inauguró en 1972 a unos metros más al oriente del puente natural o “puente viejo”, que forma parte de la Carretera Panamericana.