LA MIEDOSA MUJER, LA DE LA MANO DURA
Una tarde de estas, caminaba cuesta arriba con dirección a mi departamento e iba sumido en mis pensamientos, de repente en la esquina cerca de llegar a mi destino la vi a esa mujer y quedé paralizado…
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El tiempo de matrículas era una tortura, porque teníamos que enfrentarnos a la oficina de admisiones, dónde el tribunal inquisidor a cargo, intentaba exprimirnos a los padres de familia de manera que de nuestros bolsillos saliera el máximo de nuestras posibilidades económicas.
Dentro de los trámites debíamos llevar los justificativos de nuestros ingresos y propiedades, para tasarnos el valor de la matrícula y pensiones que podrían imponernos para extender la matrícula a nuestros hijos.
Por lo general la sala de espera estaba llena de personas silenciosas, acongojadas y taciturnas a la espera del llamado de la encargada de fijar el monto a pagar por la educación de nuestros hijos.
Cuando sonaba el nombre de los nuestros, nos llegaba una sensación de un corrientazo eléctrico nos sacudía nuestra espalda, entonces nos poníamos de pies con la carpeta de justificativos entrabamos a la oficina.
Allí estaba ella, vestida de negro, inmutable, solo extendía su mano, recibía la carpeta, la ojeaba y sin ningún gesto que indicase ninguna emoción a modo de dictamen señalaba la categoría y el monto a pagar.
Pero, pero…, no había posibilidades de objetar ni de justificar nada, ni siquiera podíamos demostrar nuestro enojo e indignación, solo había que pagar.
La sensación que tenía era de haber sido espulgado, investigado, analizado, llevado al límite de mis posibilidades y sin tener un resquicio o de tener una bocanada de aire por si acaso.
Como que durante el semestre no podíamos enfermarnos o tener ningún tipo de eventualidad que requiera un gasto económico fuera de lo planeado, porque la señora nos había llevado al límite de nuestras posibilidades.
Con frecuencia me sentía como el dibujo de caricatura dónde el recaudador de impuestos lo volteaba a uno para que puedan caer de sus bolsillos todo el disponible.
Y así, por un número interminable de semestres, hasta que por fin cuando los hijos terminaban la carrera se podía disfrutar del fin de ese yugo frio y despiadado al servicio de la institución.
Por estas razones, cuando una tarde de estas, mientras caminaba cuesta arriba con dirección a mi departamento e iba sumido en mis pensamientos, de repente en la esquina cerca de llegar a mi destino la vi a esa mujer y quedé paralizado…, claro era ella, la mujer inmutable, que aún vestía de negro, pero caminaba sola, despacio y ya no infundía miedo, como si hubiese perdido su poder.
Y claro que lo perdió, solo había envejecido y ya no le servía a la institución que había prescindido de ella.
De pronto solo estaba frente a un ser humano, que en su momento hizo el “trabajo sucio” para la institución, la de “meterles la mano a los bolsillos” de los demandantes del servicio educativo y ahora solo era ella, sin su poder y solo caminaba con lentitud por las calles del vecindario.
Se me fue el temor y el coraje acumulado por años, solo me bajé de la vereda, le cedí el paso, la saludé con una sonrisa y seguí con mi destino.
Fin.
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