Teatro Lemarie
En 1930 el libanés Pablo Lemarie mandó construir el teatro que lleva su nombre y el Hotel Granados con dos arquitectos graduados en Florencia (Italia).
Aulestia y Butinone fueron los encargados de diseñar la sala de cine, sus exteriores y los aposentos del hotel.
En esta construcción predomina la piedra, traída de Ibarra, cortada en forma rectangular y numerada; los albañiles y maestros vinieron de San Antonio de Ibarra también, únicamente a colocar los cantos de acuerdo a su numeración.
La arquitectura y la forma de construcción eran muy peculiares para la época a juicio de Carlos Vallejo, vecino del teatro.
En la cima de la fachada se esculpieron dos sirenas que han mirado desde lo alto la transformación de la ciudad y la expansión del casco urbano hacia el norte y occidente.
A decir de muchos ciudadanos que aún recuerdan haber disfrutado de los espectáculos en ese escenario, la magia de la nueva construcción y las películas hicieron de cierta época un recuerdo inolvidable.
Ernesto Guerrero recuerda que las funciones más visitadas eran las Vermouth de las 9h00 todos los domingos. Costaban 1 calé, es decir la cuarta parte de 1 real. El sucre tenía 10 reales. Las funciones siguientes se proyectaban en la tarde desde las 14h00 hasta las 21h00. Oswaldo Pozo comenta que las filas para adquirir una entrada eran interminables; ya que solamente existía una ventanilla en la boletería.
Antes de que se construyera el teatro Lemarie, las funciones de cine se hacían en el interior de la casa de la familia Grijalva en la plaza principal o en el salón del colegio Bolívar cuando sus instalaciones se encontraban aún frente al parque principal.
Posteriormente se abrió el teatro Riofrío de propiedad de Julio Riofrío, en la calle Rafael Arellano. Posterior llevó el nombre de Sucre.
La publicidad previa a las funciones de cine se hacía a través de carteleras que se ubicaban en la esquina de las calles Bolívar y 10 de Agosto y también en la esquina de las calles Sucre y 10 de Agosto. Años más tarde se perifoneaba los días anteriores a la función.
El cine era una de las principales distracciones los fines de semana en Tulcán, los niños y jóvenes competían por ingresar como primeros y tomar los mejores asientos. El tiempo y la falta de una fuerte inversión que permitiera su remodelación, así como la comercialización del BETAMAX y el VHS, extinguieron una de las mejores buenas costumbres de los tulcaneños.
Actualmente el teatro se ha deteriorado tanto que el olor a humedad no deja otra alternativa que imaginarlo en su mejor época. Únicamente se mantienen intactas las sirenas del arpa y el violín junto al estilo arquitectónico italiano de la fachada; luego de una ardua espera la Municipalidad realizó su proyecto de rescatar este patrimonio de la ciudad.
Fuente: Blog Verónica Paguay Recalde