LOS ESTÚPIDOS Y LA POLÍTICA

LOS ESTÚPIDOS Y LA POLÍTICA

El historiador económico italiano Carlo M Cipolla (1922-2000) en su libro "Allegro ma non troppo” desarrolla su particular teoría sobre la estupidez humana.

Define al estúpido como "a aquella persona capaz de hacer daño a los demás, incluyéndose a sí mismo”.

Sostiene que la estupidez es una condición innata del ser humano, independiente de cualquier otra característica atribuida al contexto, a la ideología, al credo religioso, al color de la piel, al nivel educativo o la condición socioeconómica de las personas. Según el autor se encuentran muestras importantes de estupidez en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo y lugar.

La estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

Ejemplifica como los mismos porcentajes de estupidez se encuentran en los grupos de baja instrucción, en de empleados, de estudiantes o de docentes universitarios de instituciones grandes o pequeñas.

El autor sorprendido por sus hallazgos extendió su investigación a un grupo especialmente seleccionado, los galardonados con el premio Nobel. El resultado confirmó el supuesto de la presencia de una fracción importante de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos.

La pandemia del 2020 ha puesto en evidencia un sinnúmero de ejemplos en todo el mundo, de personas que hacen gala de estupidez y lo hacen sin empacho, lo que demuestra lo que sostiene Cipolla:

“Las personas inteligentes saben que son inteligentes, los malvados son conscientes de que son malvados, los incautos llevan penosamente el peso de su propia candidez; al contrario que todos estos personajes,

“el estúpido no sabe que es estúpido”.

La estupidez, podría ser un mal llevadero y quizá podría ser colocado en el andén de lo anecdótico, si no fuese por el potencial demoledor y la capacidad de ocasionar daños terribles, a comunidades o sociedades enteras.

El potencial destructivo y devastador de una persona estúpida procede y depende de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad.

Entre los jefes de estado, burócratas, generales, políticos o prelados de alto rango se encuentra el más selecto porcentaje e de individuos potencialmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido o es potenciada por la posición de poder que han ocupado u ocupan.

En el Ecuador, como en todo el espectro político democrático o no democrático del mundo, juegan un rol protagónico, las clases sociales, las castas, los grupos de poder económico, los partidos políticos, la burocracia, los grupos religiosos.

En el seno de un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de las fracciones de estúpidos que llegan de forma recurrente al poder, con la complicidad ingenua e inocente de personas cumplen su objetivo intrínseco, mantener del nivel e de estúpidos entre las personas que ocupan los puestos de poder.

La historia señala que, en cualquier época de la civilización humana, la época clásica antigua, la medieval, la moderna o la contemporánea, nos demuestran el hecho de que, en todos los países, de cuando en vez y cada vez con mayor frecuencia llegan al poder una legión de personas estúpidas aupadas por ejércitos de estúpidos que los colocan, los soportan y los eternizan aun a costa de su propio daño.

Veamos la historia del mundo, antiguo o contemporáneo plagada de guerras, pobreza, exclusión, migraciones dolorosas, dominación o muerte de millones de seres humanos, “víctimas de la estupidez humana de unos cuantos”.

 

TRISTE COLOFÓN

En el Ecuador, aunque resulte paradógico parecería que la pre campaña electoral es una competencia de "estúpidos" que se esmeran en hacer gala de sus limitaciones, ante la actitud cómplice de un sector de la prensa incapaz de darse cuenta de su triste papel de "tontos útiles", para una población condenada a la zaga del mundo e incapaz de entender ni las razones, ni su nivel de responsabilidad de su postergación infinita. 

Jorge Mora Varela