La Leyenda del Guagua Negro

La Leyenda del Guagua Negro.

El guagua negro se asoma cada noche de luna en el paso del Nudo de Boliche y lo hace a toda persona que tiene mal corazón.

Hay varias versiones acerca de esta leyenda. Cada una de ellas tiene un argumento diferente, pero en el fondo hay una especial coincidencia en lo que a razones, lugares, y objetivos se refiere.

El Nudo de Boliche es un accidente geográfico que divide a las hoyas del Carchi y la del Chota. Su paso es obligado para todo viajero que quiere llegar a Tulcán. La jomada se inicia en el antiguo pueblo de Orejuela, hoy llamado Julio Andrade y tomando la cuesta de "Culebras", llegaban a la posada que llamaban "Piedra Plancha" o del "Pumamaque". De allí tomaban el descenso designado como "cuajada" o "Resbaladera" hasta llegar a la "Puerta de Estanco" y pasar a Tulcán. Los caminantes apresuraban su paso para ascender o descender, pues temían a la noche y con ella los asaltos, el frío excesivo y sobre todo el "guagua negro", el cual aparecía intempestivamente sobre cualquier roca con un poncho pequeñito, unos calzones sumamente grandes, alpargatas y en su diestra un "perrero" o fuete de arriero, con el cual espantaba a los viajeros, pero no a todos, sino a quienes demostraban mala conducta o mal corazón. Sin embargo, el susto era mayúsculo y todos invocaban a la Virgen de las Lajas al llegar a tan singular paraje.

¿Cuál fue el origen del "guagua negro"...? Pues, en los años en que arreciaban las guerras fraticidas entre conservadores y liberales, cada cual pretendiendo salvar al país, el Carchi, por su condición de pueblo fronterizo, se convirtió en punto de contacto con los políticos de nuestra vecina Colombia, en la cual las ideas se trocaban en acciones y malas pasiones, siendo la gente común y corriente la más influenciada y perjudicada a la vez, por cuanto eran el instrumento para llevar adelante toda cuanta actividad se pretendía realizar. Ello dio como resultado el que rojos y azules se convirtieran en enemigos irreconciliables, cometiendo pecado mortal aquel individuo que tenía relaciones y amores con una persona del bando político de oposición.

Juan Domingo Tutamúes, mozo fornido y revolucionario de cepa, había nacido en algún lugar cercano a Tulcán y tuvo la suerte de acompañar a su padre en una noche de fuerte invierno hasta Ipiales, lugar desde donde debía acompañar a don Juan Montalvo en un viaje a Tulcán. En este corto recorrido escuchó con fervor las instrucciones y lecciones del insigne batallador ambateño. Desde aquel día cambió la cinta del sombrero trabajada por su madre por una roja de gran proporción, símbolo indiscutible de su convicción política. En uno de los tantos viajes que solía realizar al interior del país debido a su condición de arriero, conoció en Paja Blanca a María Lles, hija décima de Francisco Lles, el cual, por amor a la religión, había tenido tres mujeres las cuales le dieron doce hijos. María siempre fue respetuosa de las ideas de su padre y como tal defendía con ardor las consignas conservadoras. Sin embargo, cuando conoció a Juan Domingo, toda su formación se vino al suelo y sólo tenía tiempo para pensar en su arriero.

Los dos declararon su amor. Se rasgaron muchas vestiduras. Las cuturpillas se espantaron de tanto alboroto y huyeron de sus nidos. Parecía que de un momento a otro el cielo vomitaría fuego. En fin, los dos amantes en una noche de luna por medio chaquiñán cubierto de cerotes, morímos y arrayanes huyeron despavoridos ante la porfiada ignominia del mundo. Cuentan que en la casa posada esa noche descansaron. Allí engendraron un hijo a la sombra del pumamaque y el arrullo de los montes. También allí fueron sorprendidos por la vergüenza y el odio de sus correligionarios. Los dos fueron arrastrados y vilmente castigados para que sirvan de escarmentador ejemplo.

Nadie sabe qué pasó con los amantes, nadie conoce si murieron o lograron escapar de sus opresores, nadie lo conoce... Noches más tarde un guagua negro, con sombrero ce lana adornado con cinta roja, poncho pequeñito, calzones anchos, alpargatas ceñidas con  lanas azules de gran tamaño y en su diestra un fuete de arriero castigaba a quienes aparentaban un gran corazón, pero que sus acciones eran negras, negras como las sombras que cubren las cimas del Boliche.

 

Fuente: Autoretrato del Carchi Vol 2.  de Luis Rosero Mora