La existencia, es un ínfimo parpadeo, una minúscula fisura del universo al que de forma pretenciosa llamamos vida.
Frente al Cotopaxi
El inolvidable cantautor argentino Facundo Cabral en uno de sus monólogos reconocía que había muchos lugares del mundo donde vivir la vida y entre uno de ellos afirmaba:
Me gusta volver a Ecuador y sentarme frente al Cotopaxi,
el volcán sagrado, principalmente el sábado.
Durante algunas fracciones de tiempo, Facundo Cabral cantaba estas coplas junto a Alberto Cortez y los dos ya partieron al más allá, hoy solo quedan sus grabaciones y en ellas sus mensajes.
Y tenía razón.
Entonces yo decidí construir mi casa frente al Cotopaxi, para disfrutarlo los sábados, los domingos y cada día, cada hora, cada instante de esta vida que es tan corta.
Por esta razón al igual que Facundo, me gusta contemplar la montaña en cada amanecer, cuando me voy, cuando retorno, cuando sorbo un poco de café, cuando me siento a contemplar los pájaros, cuando tengo a mi compañera a mi lado y lo disfrutamos del silencio.
Cuando tomo conciencia de estar vivo en este minúsculo espacio de tiempo de la eternidad, para disfrutar las montañas y el cielo, la respiración y la compañía, el calor del sol y el viento frio.
La vida.
Antes que la eternidad imponga su ley y solo seamos un ínfimo parpadeo en medio de una vertiente de tiempo que nos borrará y nos olvidará, cuando seamos tan solo una fisura del universo al que de forma pretenciosa llamamos vida.
Jorge Mora Varela
Foto: Edwin Sánchez Osejo