La noche
Se acercan las horas oscuras en las que intento conciliar el sueño, pero al cerrar los ojos vuelvo a sentir el dolor intenso, asfixiante, el ardor insoportable de aquella escena de diciembre pasado, cuando una fritura hizo estallar el aceite de la olla en mi cara. Me despierto sobresaltada en medio del recuerdo, con el corazón palpitando a mil, las manos sudadas, el dolor de mi rostro y manos me recuerdan que no fue una pesadilla, que fue real.
Una sombra gigante gris y ruidosa me cubre por completo, solo a mí, nadie más en casa siente lo que vivo. Los analgésicos hacen su parte, adormecen el dolor, pero el recuerdo lo aviva. Intento acomodarme en la cama, no hay muchas opciones, debo dormir boca arriba para no rozarme con la frazada, al mínimo contacto siento que el dolor vuelve, en realidad es el recuerdo de aquel infierno que hizo sentir que mi rostro se caía en pedazos, que estaba al rojo vivo, con la sangre brotando, la carne al aire y que mi piel se derretía como mantequilla. Todas esas sensaciones se reviven al mínimo intento de dormir, apenas bajo los párpados que están casi cerrados por la inflamación, vuelvo a aquel lugar que no quiero ni nombrar; recuerdo mi risa antes del accidente y escucho el estallido que me dio contra el muro de la desfiguración, que me enfrentó a la posibilidad de perder mis facciones, de dejar de ser visiblemente yo.