El Reloj

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El reloj

Aquel hombre levanta con dificultad la puerta corrediza, el brazo derecho tiembla por el esfuerzo, lo sacude y sus dedos chocan entre sí, limpia la manga de la vieja chompa café, aplaude sus manos para sacar el polvo. Con paso lento ingresa, cuelga las llave, guarda los candados en un estante, se coloca tras la vitrina, revisa a vuelo de pájaro que cada cosa se encuentre en su lugar: la balanza, el estuche de desarmadores diminutos, el martillo, don cinceles, la brocha pequeñita , las pilas nuevas en sus empaques, los relojes que tiene por reparar, las luna rota de un Citizen, la correa de un Bulova, al costado la foto de su madre anciana, el calendario de 1983 de autos clásicos, la libreta militar, el permiso de funcionamiento otorgado por el municipio. En el cajón de la vitrina: los paños grises y rojos que sirven para dar lustre a los relojes. Unos centavos de sucre, recuerdo de que algún fuimos patria. Sobre el apoyador las fotos anuales del club de futbol barrial, desde cuando era niño hasta ahora que es parte del directorio y la foto de una mujer de espaldas parada en una colina que parece estar mirando a la ciudad, el vestido azul luce descolorido, se distingue el cabello ligeramente rizado, la foto envejecida como el dueño sigue a la espera de un nombre, de un momento, el relojero se queda pasmado mirándola, como en sus veintes, cuando alguien dejó es fotografía bajo la puerta, sin dirección, sin remitente, solo la fecha 18 de junio 1868, cree reconocer un aroma de algo ya vivido. Por años esperó encontrar una pista de aquella mujer, por años desechó las opciones de posibles novias y esposas. Luego de los cuarenta creyó que era una locura sin embargo guardó el lado derecho de su cama para un gran amor que latía en su recuerdo, la esperanza se escondía en lo agudo de su alma, en donde ni él podía recordarla.

Esta mañana volvió a reparar en esa postal, tiene sensaciones de una vida que él no ha vivido, de repente el sonido de unos tacones lo despierta, una voz joven le saluda y unas manos trigueñas le acercan un reloj de bolsillo, mientras le pregunta si lo puede revisar. El viejo relojero levanta la mirada y siente que los ojos se desorbitan, aquella jovencita con vestido azul, con cabello medio rizado, le recuerda a alguien. Ella le planta la mirada con interrogación a la espera de una respuesta, repite la pegunta y levanta el ceño, él atina a mover la cabeza en señal afirmativa, toma con las manos temblorosas el reloj, redondo de color dorado, la cadena vieja, enmohecida es gruesa y corta. Al sostenerlo en sus manos viene a su mente una historia un déja vu, esa misma escena en otra vida, años, décadas, siglos atrás, se mira con las manos más jóvenes, el calor de junio, el perfume de una joven mujer, su voz, su risa. Sacude la cabeza y mira a la muchacha parada frente a él que sigue el movimiento de sus manos con mucha atención. Mientras limpia el reloj con la franela gris, le comenta:

_este reloj tiene sus años_ Ella esboza una sonrisa, aquella que él cree ver en su recuerdo, siente que le tiemblan las piernas, lleva su mano a la oreja y se rasca nerviosamente.

La joven le responde

_sí es una prenda de mucho valor para mí, es lo único que heredé de la abuela, como estaba viejo, sucio y no funciona, lo iban a desechar, lo rescaté y he buscado alguien que lo arregle, pero todos los maestros relojeros me dicen que ya no tiene compostura, usted es el último que visitaré, si no hay como restaurarlo, lo colocaré en un estuche como recuerdo de mi viejita querida, debió ser muy importante para ella porque lo custodiaba en su baúl de madera.

El relojero sonríe y contesta: _vamos a ver que se puede hacer_ Lo abre, se detiene a observar los números romanos grandes y amarillos, las letras Invicta, perfectamente conservadas, tres brillantes sobre el minutero, la tapa bordada cual encaje, la llave de cuerda un poco sucia. La limpia cuidadosamente, la gira y sorprendentemente el reloj empieza a funcionar.

La chica lanza una carcajada, dice:

_increíble que haya sido solo asunto de darle cuerda y que ningún otro relojero haya podido acertar.

Esa risa lo lleva a un pasado, a un amor, siente nostalgia, tristeza, por algo inexplicable. Se acomoda en su asiento para limpiar el reloj minuciosamente, presiente la mirada de la cliente sobre sus manos, como si fuera la guardaespaldas de ese reloj. Termina y lo cierra, le da la vuelta y encuentra grabado 1968/06/18. Se desploma, la chica grita, ¡qué le pasa, señor, señor! Con un periódico intenta abanicarle, se lanza sobre la vitrina, lo sostiene del hombro, él la mira, es ella la del rostro nunca conocido, la de los ojos nunca vistos, la mujer de espaldas de la foto Ella grita ¡auxilio, auxilio llamen al 911! los vecinos entran, lo sostienen.

El viejo relojero se repone, está sudando y tiene empuñado con fuerza el reloj de bolsillo. Luego de que el episodio pasa y alguna señora le da un vaso de agua. La chica pide el reloj y pregunta cuanto le debe. El con los ojos aguados le dice que le debe la promesa de cuidar ese reloj como a su vida y que lo herede a quién dicte su corazón.

La joven entre asustada y nerviosa toma el reloj, que va sonando tic tac tic tac, lo guarda en el bolsillo de su vestido y se marcha nerviosa a toda prisa.

El viejo relojero escucha el tic tac que va restando su vida y entiende que aquel encuentro preconocido de un pasado debe esperar por una historia en otra vida.

 

Por Irene Romo C.

Foto: Reloj