El miedo

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El miedo

Vi el miedo como jamás lo había visto, en su rostro, en sus ojos pequeños cerrados, tendido en esa camilla de terapia intensiva, indefenso, solitario, sin fuerzas.

Que difícil era ver como aquel hombre fuerte con el que me casé hace veinte años, se había convertido de pronto en lo que nunca quiso ser, un cuerpo sin vida, que necesitaba ayuda de aparatos para mantenerse.

El miedo se disfraza de tantas maneras y a pesar de haberlo sentido en otras ocasiones: en mi piel, en mis huesos y en mi corazón, jamás fue tan sólido como aquella tarde. No fue miedo a perderlo o a mi vida después de él, o a la soledad que seguramente me esperaba. ¡no! Tuve miedo de mí. De lo que sería capaz de hacer por él, el hombre de mi vida, mi compañero, mi gran amor, mi pilar, mi protector, quien de un momento a otro se transformó en mi protegido.

Todo fue tan sorpresivo, un hombre saludable, alegre, con paz interior, de pronto un dolor de cabeza, lo dejo ah, en esa cama de hospital a la espera de una leve y casi imposible recuperación.

El miedo, ese arquero que dispara directo al centro del pecho dio justo en el blanco. Aclaró mi panorama en esos, los días mas oscuros de mi vida.

Sabía que Eduardo ya había vencido el temor a dejarnos, me conocía tan bien y estaba seguro que no me dejaría vencer luego de su partida, que los hijos ya estaban encaminados, talvez le dolía no alcanzar a ver los nietos, no bailar las bodas de oro conmigo, no ser él quién despidiera a sus padres. Pero sabía que el camino se debía terminar.

Me miró sin verme, pues sus ojos no se volvieron a abrir desde aquel infarto cerebral, que lo dejó en estado vegetativo. Sentí su mano apenas tibia mientras lo acariciaba y recorría su cuerpo conectado a todos esos aparatos, me invadió la impotencia ante la vida, ante el destino, ante Dios, que decidió las cosas de esa manera, entonces sentí su corazón, escuché sus palabras tan claras, su pensamiento firme. Desde que nos conocimos, Eduardo, siempre tuvo claro qué si su vida llegaría a depender de unas máquinas, ya no valía vivir. Cuando hicimos los votos matrimoniales me hizo jurar que le ayudaría con una muerte digna si llegaba el momento, que no dejaría sufrir, que no sería egoísta, Nunca creí que llegaría ese momento, pero al parecer él siempre lo supo, la muerte envía sus emisarios disfrazados de presagios, él tuvo el valor para aceptarlos.

La vida es una secuencia de momentos y mientras le besaba la frente recordé cada instante de felicidad con él, increíblemente no lloré al decirle cuanto lo amaba, en la unidad médica solo se oía el sonido de todos esos aparatos que lo sostenían, pero él ya no vivía. Con determinación salí directo al doctor y firmé los papeles. Mientras lo hacía, sabía que su corazón latiría en otro cuerpo, que sus riñones vivirían en otra persona, que de cierta manera mi Edu, perduraría en otras vidas, en donde estará respirando, riendo, sintiendo, viviendo.

Levanté un muro a: los comentarios, las críticas, los enojo, los juicios y las incomprensiones. Abrace a mis hijos que ya habían decidido, antes, por mí, le despedimos una tarde lluviosa de abril, seguros que quien fue un roble en nuestra vida, merecía morir de pie.

 

Por: Irene Romo C.

Imagen: ANM-México