ASÍ HABLAMOS LOS MIREÑOS - PRÓLOGO

Así Hablamos los Mireños

PRÓLOGO

Presentación del Libro “Así hablamos los Mireños
Teatro León Ruales Mira

Al ser los mireños hispano hablantes o castellano hablantes por la lengua que llego a América allende los mares con la conquista y colonización, influenciada también por el quichua, lengua de los Incas que llegaron allá a inicios del siglo XV y que según la historia conquistaron Quito y se extendieron hasta el río Angasmayo en la actual Colombia, además por los negros traídos del África también durante la conquista y colonización; este es el proceso de mestizaje, que también se evidencia en el lenguaje de los habitantes de todos los pueblos de la Patria Grande, y con el pasar del tiempo algunas palabras han desaparecido, otras aún se hablan y son palabras del español antiguo, también se han venido formando palabras nuevas que le identifican, le dan ese tono de ser únicos e irrepetibles en el contexto planetario.

El miedo

El miedo

Vi el miedo como jamás lo había visto, en su rostro, en sus ojos pequeños cerrados, tendido en esa camilla de terapia intensiva, indefenso, solitario, sin fuerzas.

Que difícil era ver como aquel hombre fuerte con el que me casé hace veinte años, se había convertido de pronto en lo que nunca quiso ser, un cuerpo sin vida, que necesitaba ayuda de aparatos para mantenerse.

El miedo se disfraza de tantas maneras y a pesar de haberlo sentido en otras ocasiones: en mi piel, en mis huesos y en mi corazón, jamás fue tan sólido como aquella tarde. No fue miedo a perderlo o a mi vida después de él, o a la soledad que seguramente me esperaba. ¡no! Tuve miedo de mí. De lo que sería capaz de hacer por él, el hombre de mi vida, mi compañero, mi gran amor, mi pilar, mi protector, quien de un momento a otro se transformó en mi protegido.

El nacimiento del volcán Chiles

El nacimiento del volcán Chiles

 

...Pero se cuenta por ahí, que, en cierta ocasión, la luna se atrevió a pasear por las lagunas que se encontraban cerca de un territorio donde vivía un extraño poeta, solitario y vagabundo como el viento del páramo frío.

Aquella noche, se dice que los ancianos delante del fuego relataban viejos cuentos de anocheceres y amaneceres estelares.

El invisible

El invisible

Antes de las cinco de la tarde, Humberto, llega a su vivienda: un cuarto pequeño al fondo del patio, tras la casa grande en donde vive la familia, está acostumbrado a su viejo rincón de adobe y teja que desde joven habita. Las paredes conservan un poco de color blanco y el piso de madera qué cada invierno se pudre más, aguanta la cama de Laurel. Ahí lanza su cuerpo pesado y cansado, suelta el maso que lleva para trabajar, con el que lava ropa ajena y respira.

Luego de descansar enciende el foco que hace de lámpara y que reposa en la vieja mesa de madera, regalo de algún vecino. Piensa en la muerte, esa lejana amiga que no ha querido llegar hasta su morada, por más que la ha invitado, con ruegos de rodillas, con claros intentos a chuchillos, con ansias por querer embarcarse con ella. Rememora a la madre, pálida, rígida, muda, tendida en esa mesa de la sala, con dos velas grandes a sus pies, recuerda como le decía al oído: no te vayas sola, llévame contigo, le susurraba que se iba a portar bien y que no tendría esos arranques de ira, estaba seguro de convencerla, pero alguien, un hermano, un sobrino, una cuñada, no recuerda bien, lo aparto cuando la rezadora dijo: quiten de ahí al loco, quien sabe lo que le hará a la pobre difunta.

La Meche

La Meche

 

Son las tres y media de la madrugada, Mercedes apaga el despertador y empuja las cobijas a un lado, se levanta, automáticamente va a la cocina y prepara un café muy cargado, camina a la cama de su hija, Alexandra, la despierta con un beso porque hoy tendrá que acompañarla a trabajar. Ropa abrigada y zapatos cómodos, a las cuatro madre e hija están listas para subir al pequeño y viejo automóvil que aguarda en la vereda de su casa pues en ese barrio no hay espacios para garajes.

Toman el camino hacia las dos fincas qué ahora sirven de paso a Colombia, llevan una lista de pedidos de todos los conocidos de Tulcán, Ibarra y Quito.

La Meche, como le decimos de cariño, hizo esos recorridos por todos los pasos de a pie hasta que consiguió que su padrino le prestara un carrito maltrecho pero que le ayudó a levantarse luego que el marido la abandono en plena pandemia y la dejó con una hija pequeña a cuestas y un montón de deudas que pagar.