LAS FIESTAS Y LOS BAILES SE CUENTAN SOLOS

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LAS FIESTAS Y LOS BAILES SE CUENTAN SOLOS

Las fiestas, esa celebración social por excelencia, tiende a expresarse de manera espontánea, colorida simbólica y ruidosa, sin dejar de lado el jolgorio, la diversión, los afectos y uno que otro acto vergonzante.

Las fiestas espontáneas, no podrían salir mejor que si se la diseñara con un guion preparado desde una mente maquiavélica, esquizofrénica o sarcástica, para dejar en su corta vida expuestas las características humanas que dejan al aire libre el desinhibidor por excelencia: su majestad el licor.

 

Como por arte de magia, se sueltan las amarras y aparece la cohesión social, los abrazos, los besos, las sonrisas y los diálogos amenos, el chiste fácil, las risas, la euforia y uno que otro exceso.

No faltan los prodigiosos exponentes del baile con su elegancia y plasticidad, capaces de exaltar con sus movimientos los acordes de la música que los acompaña y dejan en el ambiente la demostración de la armonía, la belleza y el arte de sus movimientos.

En la vereda del frente se mueven bailadores con evidente disonancia y estridencia de meneos que al parecer les sugiere la música y a los que me dan ganas de enviarlos donde un fisioterapista o dónde un programador de movimientos, para que los ayude a entrar en ritmo, cadencia y armonía musical.

Claro en el medio los bailadores normales que nacen y mueren en la monotonía y el aburrimiento cansino del mismo paso por horas y horas de lo mismo y lo mismo.

Me enojan los animadores que tratan a su grupo como a una manada a la que hay que domesticar y son felices cuando logran que su grupo actúe como focas amaestradas y se muevan todos con los mismos pasos y movimientos de brazos cuerpo y piernas, todos sincronizados al mismo tiempo.

Me repelen los animadores que llevan al ridículo a fiesteros que tienen que ir “para abajo, para abajo, para abajo” y luego sufren lo indecible al tratar de recuperar la verticalidad y la postura que les permita seguir en el baile.

Me producen rechazo los animadores de la “hora loca”, que creen que se los ha contratado para que nos haga divertir, como si fuésemos un grupo de incapacitados e incompetentes para hacerlo, “divertirnos” por nuestros propios medios.

Me intrigan los esclavos de la timidez que son incapaces de soltar su cuerpo al son del baile y permanecen atornillados al piso o al asiento de una silla, o aferrados con pasión a un vaso de licor hasta calentarlo de tanto sujetarlo como si su vida dependiese de ello.

Se me parte el corazón cuando miro a las chicas que darían la vida por bailar y no pueden hacerlo porque no existe ningún caballero que les extienda la mano y las libere para que puedan volar al son de la música que suena y se extingue en su soledad.

Me complacen las personas libres que dejan correr por sus venas los acordes y bailan y se expresan sin miedos y sin ataduras, con independencia y libertad.

Me apena el infaltable “chumadito”, que tiene el patrimonio del ridículo, que no asume la responsabilidad de sus actos grotescos y vergonzantes frente a sus seres queridos y tampoco le alcanza para enfrentarse a sí mismo cuando recupere la cordura.

En fin, Las fiestas se cuentan solas en esa celebración social por excelencia.

 

Jorge Mora Varela

Imagen tomada de El Comercio