EL CHEPITO ESTÁ QUEDADO EN EL PUETATE

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Por fin había llegado el día en que iba a funcionar la iluminación de los escenarios deportivos en el parque de la antigua laguna en la ciudad de Tulcán y con mi grupo de amigos habíamos planeado que esa noche jugaríamos vóley en las canchas de polvo de ladrillo.

EL CHEPITO ESTÁ QUEDADO EN EL PUETATE…

El deporte

 El lugar acordado para la reunión fue mi casa, a la que fueron llegando alrededor de las siete de la noche, mientras las sombras se insinuaban en el cielo, nosotros ya nos preparábamos con la ropa deportiva, los zapatos adecuados y la inmensa alegría de compartir el deporte con los amigos de siempre, los de toda la vida.

El juego nocturno producía sensaciones diferentes, había que agudizar más los sentidos, reconocer la trayectoria del balón con luz artificial tenía su encanto especial. Con el paso de las horas nos enfrascamos en reñidos partidos de vóley, entre saltos, sacadas, alzadas, batidas, ganchadas, clavadas increíbles, risas y una que otra palabra soez que matizaba de manera deliciosa la jornada, así pasaron como una exhalación las horas dedicadas al deporte.

De pronto el pequeño hombre encorvado que iba primero  alzó su mirada y me miró con una sonrisa amplia e inquietante, mientras dijo con una voz ronca y lenta:

Yo insistí, pero me gustaría hablar con usted.

Entonces el pequeño hombre me dio un papel arrugado, donde estaba escrito un número telefónico, se agachó y entró en el local.

II

Pasaron los días y la vida cotidiana me había hecho olvidar el encuentro  con aquel extraño personaje, hasta que  mi esposa  me preguntó, ¿ya lo llamó al maestro carpintero?

La verdad es ni siquiera me había acordado, es más no recordaba dónde había puesto la nota escrita. Luego de hacer algo de memoria, encontré el papel dónde estaba el número  de teléfono. De forma inmediata marqué el número  en cuestión, luego de un haber sonado un par de veces el timbre, una voz ronca contestó.

 

III

Así lo hicimos, el día domingo muy temprano empezamos el viaje a buscar la última casa de “Toctiuco Alto”. Tomamos el bus que nos llevaría a la parte más alta de la ciudad, el automotor luchaba contra una serie de calles estrechas y empinadas que abrían surcos entre las quebradas de la montaña y dejaba al descubierto una desconocida e impresionante parte de la urbe que no podía verse desde la ciudad, por la que circulamos todos los días.

Luego de unos minutos tensos de viaje en el bus por lo empinado de la ruta, el conductor,  nos pidió que nos bajásemos, que habíamos llegado y que  éramos los últimos en hacerlo. Al descender del bus, el frio era intenso, antes de que se aleje el pesado automotor, le pregunté:

Iniciamos el ascenso por unas escalinatas largas y empinadas, despacio y deteniéndonos para tomar aire y calentar las manos, pero cuando estábamos a punto de desfallecer y darnos por vencidos, le pregunté a una señora que permanecía de pies junto a la puerta de su casa y que nos miraba con desconfianza.- ¿Sabe usted dónde vive maestro Luis, el “carpintero”?, ella entre dientes respondió:

Así fue, con el último aliento llegamos a la última casa, no había timbre,  solo una pequeña puerta desvencijada.

Grité:

De pronto del fondo de la pequeña casa en ruinas, salió el hombre, seguido por una mujer y por once niños, como un enorme rondador, desde el más grande hasta el más pequeño, todos de cuerpo, rechonchos, algo encorvados, de ojos grandes vivaces y con una gran sonrisa como la del padre, dijeron al unísono “Buenos días.

El cuadro era de lo más pintoresco, una casa en ruinas, al filo de la quebrada y una gran familia sonriente. Nos invitaron a sentarnos en unos troncos en el patio y pudimos apreciar el paisaje enorme, maravillosos, diverso, entre lo cosmopolita y lo antiguo de la ciudad de Quito, acompañado por las montañas blancas que adornaban el cielo azul que cubría la gran metrópoli y que estaba a nuestros pies.

Primero me hizo prometer que no le contaría a nadie que yo conocía su casa y que lo había ido a visitar. Así lo hice, entonces entablamos una charla y amena, el maestro carpintero se veía tranquilo y afable, su esposa nos ofreció una bebida, la cual la tomamos con cierto recelo. En un momento, le pregunté, ¿dónde tenía el taller?, respondió:

Así lo hicimos, al hacerlo, nos quedamos sin habla, allí permanecían unas maderas, sin terminar, nada parecía estar en proceso y nada estaba terminado.

Mi esposa y yo estábamos desconcertados, esperábamos ver un taller lleno de muebles maravillosos, como los que se exhibían en el centro comercial.

El carpintero, se adelantó a nuestras preocupaciones y nos mostró algunos antiguos libros con hermosos bocetos de muebles dibujados con plumilla, dijo:

Escogimos unas piezas hermosas, acordamos el precio de manera rápida, porque no tenía relación con los precios del almacén, le indicamos la dirección de nuestro domicilio y volvimos  a casa llenos de intriga y expectativa por los muebles que ordenamos.

El día de la entrega, en horas de la tarde, recibimos una llamada del maestro y a la hora señalada llegó el carpintero en compañía de su esposa, cargando los muebles a sus espaldas.

Eran perfectos, maravillosos en la forma y el color. De manera que los colocamos en la casa y pagamos lo acordado. El carpintero nos miró de manera fija y con la sonrisa que me inquietaba, dijo

IV

Los nuevos muebles nos permitían presumir ante los amigos, de manera que empezamos a solicitarle al maestro Luis cada vez una mayor diversidad de muebles.

Ya sabíamos que teníamos que lidiar con los retrasos, propio de nuestros artesanos, nada de qué preocuparse. Le dábamos el anticipo y había que insistir un poco para las entregas en el tiempo acordado, por lo que me gustaba ir hasta la última casa de “Toctiuco Alto”, para presionar el tiempo de entrega.

Siempre que fui a ver el avance de la obra, jamás pude ver nada, él me recibía en el patio, mientras el galpón permanecía cerrado y nada hacía predecir que alguien estaba trabajando y siempre el maestro me prometía entregar la obra a tiempo y así sucedía.

Algunos de los muebles, por su tamaño, me ofrecía a trasportarlos desde el taller a casa, en estos casos, cuando yo llegaba a traerlos, los muebles estaban listos en el patio externo y el maestro les estaba dando los últimos retoques. No obstante  tenía la curiosidad de como los hacía, me satisfacía ver los muebles en mi casa, con toda su belleza y originalidad.

V

Un día cualquiera de un año lluvioso, me llamó el carpintero y me dijo que por un tiempo no podría trabajar, porque un deslave se había llevado su casa y su taller hasta el fondo de la quebrada, le pregunté de su familia y dijo que estaban bien, pero que por un tiempo no podría trabajar, hasta construir de nuevo su casa y su taller.

Pasaron unos cuantos meses y el maestro Luis me llamó para preguntarme “si tenía algún trabajito”, porque había vuelto a levantar su casa y sus taller, le dije claro que sí, que tengo  que encargarle el juego de comedor principal.

Me invitó a visitarlo, para ver el modelo; así lo acordamos, entonces fui a su casa y para mi sorpresa la había construido al filo mismo de la quebrada, sin dejar ningún margen de seguridad. Cuando le pregunté ¿por qué?, me dijo:

Sin ahondar en mis preocupaciones, acordamos el modelo del comedor y regresé lleno de preocupación por que había vuelto a construir todo al filo de la enorme quebrada.

Para nosotros, visitar al maestro Luis, ya era una actividad normal, así que un día frio y de cielo encapotado, fui a verlo; mientas subía las gradas empezó a llover con intensidad, mientras me ajuste la chompa impermeable me acerque a la casa y taller, para mi sorpresa había muchísimo ruido de máquinas y herramientas y un murmullo de personas que parecían trabajar con frenesí al interior del taller y el ruido llegaba hasta la quebrada.

Me quedé quieto, sin saber si llamar al maestro Luis o volver sobre mis propios pasos, al final, di media vuelta y regresé a casa con ese ruido inexplicable en mi memoria. Al cumplirse el plazo de entrega, el maestro me llamó a mi teléfono para hacer  la entrega del juego de comedor sin contratiempos.

VI

Pasaron los años y los avatares de la vida, nos alejaron del maestro Luis y su mundo enigmático e inexplicable y nosotros desarrollamos nuestras actividades por otros rumbos.

En este año la temporada de lluvia fue larga e intensa, sobre la ciudad llovía casi de manera permanente y su fuerza se incrementaba de improviso. La tempestad venía acompañada con descargas eléctricas que se sucedían con ritmo frenético, esto marcaba en el horizonte un paisaje entre tétrico y cautivante.

Yo estaba solo en casa e intentaba trabajar un texto en mi ordenador, pero parecía una tarea imposible, se sentía un ambiente pesado y un ruido intenso que me incomodaba; de pronto me pareció sentir como si los muebles tuviesen vida, pero al mirarlos con detenimiento, todo parecía estar normal, el ruido parecía venir de la parte posterior de los árboles que estaban junto a la casa.

Entonces recordé lo que me había dicho tantas veces mi esposa:

Había algo que me parecía familiar de ese ruido, pero al mismo tiempo me atemorizaba; armado de valor fui para la parte de los árboles de la casa, para averiguar que originaba ese rumor que me perecía familiar.

Sí… parecía el ruido que lo había escuchado fue en “Toctiuco Alto” y mientras lo recordaba de pronto sonó mi teléfono celular, aquello me produjo el susto de la vida.

Pasado la parálisis producto del momento de pánico, respondí:

Del otro lado de la línea, me contestó la voz ronca y me dijo:

FIN

 

Jorge Mora Varela