El 19 de noviembre, el desfile y la historia de la Provincia del Carchi.

Historia Visto: 15686

“Carchi”: ”Las tierras del otro lado, donde empieza el Ecuador”.

 

Jorge Mora Varela, presenta:

 

El 19 de noviembre, el desfile y la historia de la Provincia del Carchi.

 

 PROLOGO.


La vista del mirador en la parte alta de la ciudad de Ibarra era cautivadora, desde aquel lugar se podían ver montañas, cañadas, y poblados que se acomodaban como un inmenso pesebre natural. Mi padre y mi tío describían cada uno de aquellos lugares con precisión y solvencia que impresionaban. Yo quería saber dónde  habíamos nacido y pregunté:

¿Dónde está la provincia del Carchi?,

El mirando el horizonte hacia el norte respondió “Al otro lado”.

Mi tío acotó:

¿Saben que para el estudioso carchense Isaac Acosta, la palabra Carchi proviene del idioma chaina caribe que quiere decir "al otro lado"?.

Yo dije con orgullo que en la escuela nos habían enseñado que según el investigador Amílcar Tapia Tamayo, Carchi viene de los vocablos chibchas: "car" que significa límite, la franja que separa posesiones y "chi" agua, por lo que Carchi equivaldría a límite de agua.

¡Eso es dijo mi padre!

Cuando se pensó en nuestras tierras se lo hizo desde donde nosotros estamos en este preciso instante, son aquellas que están al otro lado, donde está el río que separa al Ecuador de Colombia.

Mi tío complementó: habría que juntar a los dos historiadores en los límites de la provincia de Imbabura, con la mirada hacia el norte de la patria.

Mientras los escuchaba comprendí que la palabra “Carchi” tenía sentido: ”Las tierras del otro lado, donde empieza mi país”.

 

LOS PUPOS

La nostalgia y la curiosidad nos llevaron a la ciudad de Tulcán la víspera del desfile del “19 de noviembre”; al llegar a pueblo hacía frio, mi padre frotándose las manos dijo:

Todavía es temprano, vamos a ver a mi amigo Gualberto Guerrón dueño del “Pupo”, para comer algo y saludar a los viejos amigos. El nombre del restaurante me causó gracia, nos colocamos los gruesos abrigos y con las manos en los bolsillos caminamos por la calle Pichincha hasta un local desde donde emanaba un olor delicioso. Mientras ordenaban la comida y estrechaban la mano de su amigo yo le pregunté

¿Porque el salón se llama de esa manera?

Entonces, el recordó que los soldados tulcaneños bravos y luchadores, una vez que regresaban victoriosos al pueblo al mando del general Rafael Arellano, llevaban uniformes nuevos, con una camisa corta que no les tapaba el “pupo” y de allí el apelativo, que nos identifica como pueblo.

 

LOS DÍAS PREVIOS

El desfile constituía un acontecimiento importante en el imaginario colectivo, las instituciones se preparaban para participar apenas empezaba el mes de noviembre, por eso era habitual oír en cualquier punto del pueblo el sonar de los tambores como un anticipo a la fiesta cívica.

Los uniformes de los estudiantes debían prepararse con minuciosidad; los jóvenes debían llevar el terno azul de casimir o el uniforme caqui de súper naval, la camisa blanca, la corbata negra; las señoritas sus faldas planchadas a la perfección y a la altura adecuada, sus zapatos de color blanco reluciente, gracias a las “flores de zinc”; para quienes participaban de las “bandas de guerra” su uniforme se complementaban con gorras elaboradas por el policía Luis Méndez, que vivía cerca de los Tanques del Agua Potable, en la parte más alta de la ciudad.

Para los “señores” y las “señoritas” profesoras el desfile les permitía lucir su clase, prestancia y prestigio profesional, por eso para ellos una visita a la peluquería y lustrar los zapatos en el parque, para las ellas, el peinado y el traje estilo sastre confeccionado por las mejores modistas del pueblo completaban su arreglo personal.

 

El DESFILE

Una mañana de cielo despejado nos saludaba mientras terminábamos de desayunar, la música de la "Banda Municipal", como complemento perfecto se dejaba escuchar en el lugar, había que darse prisa para alcanzar un espacio que permitiera visualizar el paso de las autoridades con el que iniciaba el desfile cívico militar.

En el centro de la comitiva con pasos largos y de prisa caminaba un hombre alto, calvo y enjuto llevaba gafas negras, un terno obscuro impecable y unos zapatos negros brillantes, resaltaban sus manos huesudas y sus dedos largos, mi tío aseguró que ese hombre sería presidente de la republica las veces que quisiera porque ya lo había hecho en cinco periodos.

A continuación las fuerzas vivas de la provincia, “La Sociedad Obrera”, el Sindicato de Choferes”, los empleados municipales, del Consejo Provincial, de la Gobernación, de la Rápido Nacional, de la Atahualpa, las vendedoras del mercado de “arriba”, las del mercado de “abajo” y todos quienes participaban de la vida activa del pueblo, rendían homenaje a la provincia y autoridades con actitud cívica plena de orgullo carchense.

 

LOS CARROS ALEGÓRICOS

No podían faltar los carros alegóricos encargados de recordarle al pueblo de los recursos y atractivos turísticos de la provincia, así como de la belleza y simpatía de sus mujeres quienes a su paso derrochaban sonrisas y donaire, al tiempo que lanzaban con sutileza las “serpentinas” con los colores verde, amarillo y rojo de la provincia o el de cada uno de sus cantones.

Cada una de las reinas lucía vestidos que resaltaban su figura, confeccionados por las manos de las hábiles modistas tulcaneñas, Doña Carmen Chamorro y Doña Laura Delgado entre otras; el peinado de cada muchacha dejaba atisbar los albores de la modernidad en el pueblo por tradición conservador, donde el estilista Cesar Enríquez rompía con los esquemas preestablecidos y plasmaba en cada uno de sus creaciones el mundo moderno que estaba por arribar.

El carro alegórico que más agradaba a los niños llevaba a los “King Andinos”, un grupo de atletas fisicoculturistas que tinturados de oro y plata realizaban proezas de fuerza y habilidad que llenaba de ilusión e imaginación a los más pequeños que soñaban con emularlos cuando crezcan.

 

LAS ESCUELAS

Tras ellos desfilaban gallardas un ramo de flores multicolores, las niñas de las escuelas, con uniformes al estilo militar, en terciopelo azul y charreteras doradas. Delante de todas, una bellísima niña pequeña, que dejaba escapar de su gorro los bucles que enmarcaban su rostro, mientras que con sus manos tocaba una marcha en su timbal, con la que llenaba el escenario por donde marchaban las niñas de la Escuela Marieta de Veintimilla.

Mi padre recordó que la escuela lleva ese nombre en memoria de la sobrina del Presidente Ignacio de Veintimilla a quien los soldados carchenses apostados en Quito la llamaban con cariño la “Mayasquerita”, porque ella apoyaba con valentía y decisión a su tío, como el Cerro Negro de “Mayasquer” lo hacía con el magestuoso Volcán Chiles.

Y fue el año 1880, cuando el Presidente Veintimilla decretó la creación de la Provincia que llevaría su nombre en reconocimiento a los soldados que el 30 de octubre de ese año habían derrotado a los rebeldes liberales que habían atacado la ciudad y declarado a Juan Montalvo como su jefe supremo por un día. Hasta que El Presidente José María Plácido Caamaño le cambió el nombre de Provincia de Veintimilla por el de “Provincia del Carchi” en el año 1884, para borrar el rastro de quien se había declarado dictador y dar paso a gobiernos progresistas.

Somos de las provincias más pequeñas, con algo más de seis mil quinientos kilómetros cuadrados, donde convivimos poblaciones tan importantes como Tulcán, Bolívar, Mira, El Ángel, San Gabriel, Huaca y Julio Andrade entre tantas.

El sonar de los tambores de los niños de las Escuelas: Sucre, Colón, 11 de Abril, Coronel Jorge Narváez, Isaac Acosta, Olmedo, La Rioja y tantas otras nos volvieron al tiempo presente.

 

LOS JÓVENES

El rumor de la calle se hacía más intenso, se aproximaban las señoritas de los colegios femeninos. Las bastoneras del Tulcán, dejaban a más de uno sin aliento pues sus rítmicos movimientos se asemejaban al suave ir y venir de los trigales que danzan al son del viento. Mujeres bellísimas, y elegantes, que formadas en gallardas escuadras eran promesa de vida, de amor, de entrega y de trabajo; con igual donaire las señoritas del colegio Sagrado Corazón de Jesús, del Padua y demás colegíos de los cantones de la provincia.

El sonar ensordecedor de los tambores anunciaba la presencia de los colegios masculinos, jóvenes que con sus bandas de guerra interpretaban con fuerza los acordes marciales. Mientras intentaba verlos una cachiporra se elevaba hasta el cielo y la atrapaba con magistral sutileza el cachiporrero del “Vicente Fierro”, quien abría paso al bombo, los tambores, cornetas y a un grupo de muchachos que marchaban con disciplina y elegancia; luego los estudiantes del Colegio Bolívar, la Salle, quienes también dejaban su huella con fervor, intentando imponerse a los demás, como lo hacían todos.

Mi padre comentó con tristeza que casi todos los muchachos hombres y mujeres que habíamos visto pasar, muy pronto se irían del pueblo y que muchos no volverían, que para ellos el desfile significaba una despedida, pues debían buscar una profesión en la capital optando por la carrera militar o la universidad.

 

REBELDES

Es verdad remarcó mi tío, muchos de los que se han ido son militares, así ha sido desde cuando los pastos habitaron estas tierras, siempre se rebelaron contra aquellos que quisieron arrebatársela, o someterlos, a nosotros nos gusta la libertad aseguró. Y creo que por esa razón lucharon contra los invasores del norte, los incas, los soldados de Colombia, los rebeldes de Alfaro y así se mantiene como rasgo de identidad.

El Batallón Mayor Galo Molina, llevaba entre sus filas a muchos de los carchenses que habían elegido la vida militar, como testimonio de las afirmaciones hechas y en Tulcán terminaba una jornada cívica en medio del regocijo popular.

FIN

 Imagen tomada de: enciclopediadelecuador