Los paseos de la escuela en Tulcán

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Jorge Mora Varela presenta:


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LOS PASEOS DE LA ESCUELA EN LA CIUDAD DE TULCÁN

 

La abuela tenía el poder para convocar a todos alrededor de la fanesca; como cada año la casa estaba llena para participar del ritual que este acontecimiento lo exigía. Al finalizar la comida, mientras un grupo se encargaba de volver a la normalidad la cocina que parecía una zona de desastre, otros hacíamos la sobremesa, al escuchar las historias entre los recuerdos, la nostalgia y la risa, mientras escuchábamos las historias del abuelo.

En esta ocasión, él, lamentaba la ausencia de su hermano Enrique quien no había podido asistir a la reunión familiar, porque tenía que realizar el paseo de la escuela.

De pronto y como era frecuente en él, le preguntó a la compañera de su vida: ¿Te acuerdas Laura de los paseos cuando éramos niños?, entonces como un acto de magia, todos volvimos al tiempo de nuestra infancia.

Mientras Nanuca y Beto, dos de los más pequeños de la familia escuchaban en silencio y con mucha atención, sin perder ni un solo detalle de aquella conversación. 

La ciudad

La abuela dijo: lo primero que recuerdo son las clases de “Lugar Natal” y el recorrido por las calles que circundaban la escuela. La profesora nos llevaba por la acera, formadas y cogidas de la mano y leía los nombres de las vías; te acuerdas de: la “Olmedo”, la “Junín”, la “Pichincha”….. Sí dijimos al unísono: “La Bolívar” y la “Sucre” y la calle “Larga” dijo otro y la calle “Trece”, al tiempo que en nuestros rostros se dibujaban una sonrisa y un aire de nostalgia.

El abuelo contó, no solo conocíamos las calles, además mi profesor nos llevaba a la plaza principal y explicaba de la mujer que está en la parte más alta del monumento del centro del parque principal y que tiene una antorcha en la mano derecha se llama “América” y  mira hacia las montañas Chiles y Cumbal, luego nos señalaba la “Biblioteca Municipal”, el “Colegio Bolívar”, el edificio de la Gobernación, sabía los nombres de los dueños de las casas circundantes. Luego caminábamos por la calle Sucre, hasta el parque la Concordia donde podíamos ver la fachada de la “Iglesia Matriz”.

Cierto… dijo Jaime yo recuerdo además que caminando por la Bolívar se llegaba al límite de la ciudad donde estaba el “Cuartel Militar”. Recordaba, era un edificio grande, imponente, hermoso, con atalayas en las esquinas, desde donde los soldados vigilaban las posibles invasiones que podrían venir del norte.

Santiago recordó que al sur de la ciudad, en la parte más alta de la loma donde se asienta la ciudad estaba la casa de la unión de las dos calles, una construcción pequeña que tenía barandas en el zaguán, donde decían los viejos que era para atar los caballos en los que se llegaba a la ciudad desde las estancias.

 

Los lugares de paseo

Armando recordaba que los paseos escolares se los hacía a lugares como a la hacienda “La Rinconada”, “La Granja” en las juntas, “La Piedra Pintada” en el monte de “Chapués”, la escuela de “La Rioja”, “María Magdalena” o la “Loma de Taques” y todos fuimos recordando lugares conocidos como: “El Puetate”, “El Martínez”, “Las Canoas”, “Los tres chorros”, “El Pijuaro”….

Álvaro con picardía recordaba la piscina de “La Joya”, donde se decía bajaba la culebra por el chorro de agua, que era el lugar obligado cuando sufríamos los primeros embates del amor y podíamos llenar de temor a la muchacha de nuestros sueños y así la podíamos abrazar, proteger y por supuesto enamorar.

Rubén, al recordar sus tiempos de aventura, recordaba los paseos a las “Las Peñas”, “Chalpatán” en el páramo de El Ángel”, “La Planta de la luz” a orillas del río Carchi, al antiguo mirador de los primeros aborígenes de Tulcán en “Tulcanquer” y tantos lugares que nos iban cobijando de nostalgia, porque son patrimonio de quienes nacimos en Tulcán.

 

El avío

La víspera del paseo los padres se esmeraban en preparar el “avío”, las canastas de mimbre se llenaban con generosidad y muchas veces sin medida.

Las mujeres recordaban en sus cestos los platillos de sal que iban envueltos en pequeños lienzos, las “papas blancas” junto al “cuy” o la “fritada”, que al zafar el nudo emanaba un exquisito aroma que hacía olvidar el esfuerzo de portar la incómoda canasta durante las horas de caminata, no podían faltar las “melcochas”, el “pan de maíz”, las “gelatinas blancas y espolvoreadas”, que con su textura suave dejaba escapar un particular sabor y aroma inolvidable.

Los hombres aportaban con recuerdos de manjares que se podía llevar en los bolsillos como los “dulces de leche”, habas tostadas, “tostado de sal” con chicharrones, “la caca de perro”, que era el tostado de dulce con panela, las colaciones de colores blanco, rojas verdes o amarillas, que se introducía en la boca y al cabo de unos instantes se deshacían, dejando una sensación grata en el paladar.

Eran frecuentes las golosinas que salían de Maldonado, como “el pichingo de indio”, “los alfeñiques”, “la miel de Mayasquer con quesillo de Tufiño”, los “avíos” de los niños que sufrían con las buenas intenciones de sus madres que ponía en su morral, naranjas y plátanos que jamás llegaban en buen estado, alguien recordaba a la niña a la que no le faltaba nunca el “sánduche de huevo”, como tampoco la presencia del “mogión”, que sin aportar nada disfrutaba de todos los manjares.

Cuando se tendían sobre el campo todos los “avíos”, el afecto familiar, la creatividad y la riqueza cultural se manifestaba en esta comida que se compartía con el “señor” o la “señorita” profesora que paseaba entre los niños tejiendo identidad y sentido de pertenencia del “Lugar Natal”.

 

Epílogo

Sin darnos cuenta, habían transcurrido las horas recordando los paseos de la niñez en nuestra ciudad de Tulcán, mientras moría una tarde teñida de color amarillo y rojo, enmarcando una jornada maravillosa de recuerdos. 

Los niños, que no habían perdido detalle, nos miraban absortos y como si se hubiesen puesto de acuerdo dijeron al unísono:

¡Nos gustaría ir a Tulcán, para conocer esos lugares!

Nos quedamos en silencio, hasta que Armando sugirió

Aprovechemos que el fin de semana son las fiestas de Tulcán y vayamos todos.

Esto desató gran algarabía porque era el pretexto perfecto para volver a nuestro pueblo y recorrer esos lugares de la infancia.

Hicimos el compromiso de buscar los paisajes más bellos para visitar, preparar el avío como en los viejos tiempos y revivir juntos un “retazo” de la vida donde fuimos tan felices.

 

Jorge Mora Varela